A pesar de sus diversas trayectorias y carreras, estos miembros hispanos de AFSCME comparten algo en común: no sólo se sienten orgullos de servir a sus comunidades, sino que conforme han enfrentado obstáculos en sus caminos, se han apoyado en la diferencia sindical para salir adelante.
La diferencia de una unión es simple: los miembros sindicales ganan mejores salarios y beneficios que sus contrapartes no sindicalizadas. Tener un lugar en la mesa de negociación significa que estamos más seguros y protegidos en nuestros trabajos. Significa que tenemos mayor probabilidad de contar con los recursos y capacitación que necesitamos para hacer bien nuestros trabajos. Y tal vez lo más importante es que ser parte de una unión fuerte significa que nunca estamos solos: siempre tenemos a alguien con quien contar cuando algo no está bien.
La diferencia de una unión es importante. Y aún más para los trabajadores hispanos.
La diferencia de una unión va más allá de los salarios. Los hogares hispanos con un miembro de una unión tienen más de cinco veces la riqueza mediana de los hogares hispanos sin ningún trabajador sindicalizado, como lo demuestra un informe del Center for American Progress (en inglés).
Los trabajadores hispanos son más susceptibles a ser heridos o contraer una enfermedad en el trabajo, según el Departamento de Trabajo de los Estados Unidos. Pero las uniones ayudan a hacer más seguros nuestros lugares de trabajo. Al darnos un lugar en la mesa de negociación, por ejemplo, hemos podido luchar por el equipo de protección personal que nos ha mantenido sanos durante la pandemia del coronavirus.
Miembros de AFSCME de origen hispano viven en comunidades de todo Estados Unidos y Puerto Rico. Trabajan las 24/7 para mejorar sus comunidades de muchas maneras, y conocen la diferencia de una unión de primera mano.
Beatriz Manjarrez con sus hijos, incluyendo a Adrián (con camiseta de Superman). Fotos proporcionadas por la miembro.
Diez veces más difícil
Beatriz Manjarrez, de San Diego, se vio a sí misma siguiendo una carrera como maestra de escuela. Pero su hijo Adrian nació con un trastorno llamado amioplasia congénita, caracterizado por múltiples contracturas en el cuerpo que dificultan o imposibilitan el movimiento.
Cuando Adrián cumplió 12 años, Manjarrez dejó su carrera para volverse proveedora de cuidados en casa de tiempo completo, pagada por el programa de In-Home Supportive Services (IHSS) de California. A pesar de que su hijo necesitaba cuidados las 24/7, el estado sólo le aprobó a Manjarrez 36 horas al mes, apenas una hora al día, y ganaba $5.25 la hora, por debajo del salario mínimo.
No fue sino hasta que se reunió con un representante de su unión, United Domestic Workers (UDW)/AFSCME Local 3930, que las cosas empezaron a cambiar. Manjarrez presentó una apelación con el estado, pidiendo más horas de paga, y ganó: sus horas subieron a 267 al mes.
“Eso cambió prácticamente todo”, recuerda Manjarrez. “Todavía los saldos eran bajos, pero ya con muchas más horas pude ver una diferencia. Ahí fue también cuando me empecé a involucrar en la unión y a ayudar a otras personas”.
Desde entonces Manjarrez, ahora miembro de la junta de UDW, ha intentado ayudar a tantas proveedoras como ha podido, y juntas han celebrado muchas victorias de la unión. Por ejemplo, mientras que al principio no tenían beneficios, ahora tienen acceso a un seguro de salud asequible y días de licencia por enfermedad pagados. Su salario por hora es de $15.50, casi tres veces lo que ganaba cuando empezó. Y habrá más, dice: quieren $20 la hora y seguridad en la jubilación.
¿Cómo hubiera sido la vida de Manjarrez sin su unión?
“Yo también me he preguntado mucho eso”, dice. “No quiero decir que no hubiera podido, pero si así fue difícil, hubiera sido diez veces más difícil”.
Abel Desvergunat con su esposa. Fotos proporcionadas por el miembro.
Uno de los mejores contratos que hemos tenido
Abel Desvergunat, de Miami, conoce los tiempos difíciles.
Tenía ocho años de edad cuando él y su familia dejaron su Cuba natal después de que su padre estuviera preso bajo el régimen de Castro. Más tarde, fue ingeniero de combate en el ejército estadounidense. Hoy, trabaja como líder recreacional en el Sistema de Salud Jackson, donde algunos de sus pacientes han sufrido accidentes devastadores que los han dejado parapléjicos o tetrapléjicos.
Pero casi nada podría haber preparado a Desvergunat para lo que ha experimentado desde el comienzo de la pandemia del coronavirus.
“Ha sido durísimo,” dice, “porque he visto a muchas personas que han fallecido de Covid. He visto a muchos colegas que se han enfermado y montones de pacientes con Covid. Hemos estado bajo mucha presión. El hospital ha hecho lo que puede, pero ha quedado corto de personal”.
A pesar de lo difícil que ha sido, dice Desvergunat, quien es miembro y representante de la Local 1363 de AFSCME (AFSCME Florida), hubiera sido más difícil sin su unión.
“Gracias a la unión hemos hecho presión para que contraten más gente”, dice.
Otros logros también han sido posibles gracias a la fuerza de su unión. Más recientemente, por ejemplo, miembros de la local negociaron y ratificaron un contrato por tres años que incluye, entre otras cosas, aumentos salariales del 3% por costo de vida durante cada año del contrato, un bonus del 2% otorgado en enero y un aumento del salario mínimo del hospital a $15 la hora.
“Es uno de los mejores contratos que hemos hecho,” dice Desvergunat. “Pudimos hacerlo por la unidad que tuvimos todos. Con la ayuda de todos los miembros pudimos poner presión para llegar a un buen contrato”.
Gabriel Cuevas. Fotos proporcionadas por el miembro.
No tendríamos derechos laborales
El pueblo de Utuado está ubicado en la Cordillera Central de Puerto Rico, la región central montañosa de la isla. Fue ahí, rodeado de montañas verdes y ríos y lagos naturales, que nació Gabriel Cuevas.
“Mi pueblo es bien divino” dice Cuevas. “Tiene una vida cultural muy rica”.
Como trabajador social para el Departamento de la Familia de Puerto Rico y miembro de la Local 3234 de Servidores Públicos Unidos de Puerto Rico (SPUPR/AFSCME Concilio 95), Cuevas trabaja en el pueblo cercano de Lares.
“Tradicionalmente, el trabajador social era la persona que ayudaba a sus vecinos de cualquier forma que podía”, dice. “Si el vecino necesitaba zapatos, le llevabas un par de zapatos; si necesitaba leche, le llevabas leche”.
Cuevas ha servido a su comunidad como trabajador social por casi diez años. Su papel, dice, es velar 24/7 por la seguridad y bienestar de los adultos con discapacidades.
“Yo no puedo ver maltrato ni injusticias y no hacer nada”, confiesa. “Es lo que me motiva a salir a trabajar todos los días”.
Pero admite que su trabajo no sería igual sin su unión.
“En todo el trabajo que yo realizo por mi comunidad, mi unión ha estado ahí para darnos fortaleza y para protegernos”, dice. “Nuestra unión se asegura de que el gobierno central nos trate con justicia y respete nuestros derechos. Nos permite realizar nuestros trabajos y seguir sirviendo a nuestras comunidades, ayudando a nuestros vecinos y a la gente más vulnerable. Sin nuestra unión, no podríamos hacerlo, no tendríamos derechos laborales”.